La impotencia de tener un inquilino moroso: “Estamos en la puta calle”

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  • Juanfran y Rocío pagan la ‘hipoteca’ de su inquilino moroso desde hace un año mientras esperan un desahucio que nunca llega
  • La justicia lenta y las infinitas argucias legales eternizan el proceso

Juanfran y Rocío tienen trabajo y una vivienda en el centro de Palma, pero están en la calle. Juanfran y Rocío pagan sus facturas, pero están en la calle. De pie ante el portal de su piso miran con impotencia las ventanas de su hogar. Dentro viven sus inquilinos morosos. Sin pagar un euro desde el primer día. Con más derechos que ellos desde el primer día.

«Nos sentimos en la puta calle. Necesitamos una fecha para recuperar nuestra vida, nuestro hogar y poder entrar en nuestra casa», reclama Rocío desconsolada, refiriéndose al desahucio que nunca llega. «Dicen que la ley ha agilizado la expulsión pero hay gente que usa todas las argucias legales para alargar el proceso, y más si tienen hijos menores, como es el caso de nuestros inquilinos, porque saben que quedan protegidos», denuncia.

Este matrimonio decidió alquilar su vivienda cuando su segundo hijo venía de camino. La segunda planta sin ascensor con dos habitaciones en el barrio de Es Fortí de Palma se les quedó pequeña y buscaron otro piso de tres dormitorios prácticamente por el mismo precio que la hipoteca. Nunca cobraron más dinero de renta de lo que costaba su préstamo hipotecario. «No era un negocio para nosotros, era una posibilidad de conseguir algo mejor, aunque estuviera a las afueras y no en el centro», explica Juanfran, que siempre declaró en la renta los importes íntegros de este alquiler.

Se trasladaron a un piso por la zona de Marivent y arrendaron el suyo. A un médico, a un policía… Gente de la península que venía por un trabajo y que se iba al cabo de un tiempo. «Nunca tuvimos problemas y mantenemos todavía el contacto con ellos», asegura Rocío.

En diciembre de 2015 se les quedó vacío el piso. Eran malas fechas porque iban a viajar a la península y, con las prisas, se fiaron de los primeros que llamaron. Tuvieron mala suerte porque nunca tuvieron intención de alquilar «sino de okupar».

«Nos engañaron de forma premeditada. Dijeron que tenían un buen empleo. El hombre vino con un mono de trabajar, simulando que estaba muy ocupado y no tenía tiempo para presentarnos documentación. Decía que cobraba mucho en B... Luego nos enteramos de que estaba en paro. Que tenía embargada la cuenta. Que al parecer no era la primera vez que se metían en una vivienda -siempre en diciembre para que no les cortaran la luz en pleno invierno- hasta que los desahuciaban», cuenta Rocío.

La mala fe se hizo patente desde el primer día. Entraron a vivir en diciembre y en enero, con la primera mensualidad, ya no pagaron. «Dimos un poco de margen y nos daban largas». Cuando insistieron, sacaron los dientes:«La inquilina nos advirtió de que había trabajado en un despacho de abogados y que sabía perfectamente lo que tenía que hacer».

El panorama no pintaba bien y consultaron a un amigo abogado que les aconsejó que enviaran un burofax pidiendo los 650 euros de alquiler. Y pagaron. Pero al mes siguiente volvió a quedarse a cero la cuenta. Y el siguiente. Y el otro. «Nunca volvieron a darnos ni un euro». Así hasta noviembre. Once meses sin cobrar. Once meses asumiendo las dos casas.

En el mes de abril contrataron a un abogado. Presentaron una demanda de desahucio por falta de pago, tanto del alquiler como de las facturas de luz y agua. Los inquilinos cambiaron enseguida de nombre los recibos para evitar que se los cortaran. Pero han seguido sin pagarlos. «Deben siete meses e Iberdrola me ha avisado de que cortarán la luz y me quedaré sin contadores ni cédula de habitabilidad», explica Juanfran, asumiendo que también tendrá que hacerse cargo de esta deuda y no sabe cuántas más.

Se queja de que la ley parece estar de parte de los morosos y de que éstos abusan de las triquiñuelas para no pagar. «Se las saben todas». Primero cambiaron la domiciliación de las facturas. Luego pidieron justicia gratuita para dilatar el proceso y el día del juicio (el 30 de junio) no se presentaron para alargarlo. El juez fijó una nueva fecha de desahucio (el 27 de septiembre), pero 15 días antes solicitaron la suspensión del desahucio, alegando que tenían dos hijos menores de 4 y 7 años, que ella no trabajaba y que él lo tenía desde agosto. «La jueza suspendió el juicio antes incluso de que presentaran la documentación», resalta, «algo inédito».

Juanfran y Rocío recurrieron alegando un fraude de ley pero la jueza mantuvo la suspensión hasta la semana pasada, cuando les comunicaron la fecha del nuevo juicio. En diciembre vuelven a los tribunales sin muchas esperanzas. «No sabemos con qué nueva treta nos sorprenderán ahora», reconocen. Ni siquiera su propio abogado les da ánimos. Todo lo contrario, «se lava las manos con comentarios estériles y catastrofistas», dice Rocío hastiada.

Pese a todas las dificultades, no han dejado de pagar su alquiler. «Hemos hablado con nuestros caseros y nos han dado todo el apoyo, pero el colchón económico se agota y también los ahorros de nuestras familias», cuenta Rocío, que se plantea mudarse a Madrid con su madre. Ganarían un techo pero a costa de perder sus trabajos en Baleares. Otra vez… porque hace poco Juanfran fue víctima de un ERE en su empresa, aunque afortunadamente ya ha encontrado otro empleo.

Además, irse de la Isla sería renunciar a su deseo de adoptar un niño. Ambos llevan desde 2011 en proceso de adopción nacional. Renovaron la idoneidad en septiembre, «pero la circunstancia de estar perdiendo dinero con la falta de ingresos por este alquiler nos ha perjudicado como familia adoptante», lamentan.

Por si fuera poco, los problemas no acaban ahí. Las malas condiciones en que sus inquilinos mantienen el piso ha provocado una grieta en el balcón. Han colgado algo que está afectando a la fachada pero arreglarlo sin acceder a la vivienda es imposible. «Hemos comunicado esta circunstancia al Ayuntamiento, que tampoco nos da ninguna solución… Si se desprendiera, no sé qué pasará…», dice Juanfran con preocupación mientras abraza a su hija. «¿Papá, entramos en la casa», pregunta la niña. Él no sabe qué contestar. Mira la grieta del balcón y se le abre otra en el alma.

Fuente: elmundo




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