En su proyecto ‘Waiting’, la fotógrafa Jana Romanova retrató a mujeres en sus últimas semanas de embarazo
Imaginad.
Un día estáis tan tranquilos, abrazados en vuestra cama, y cuarenta semanas después no hay brazos que puedan alargarse lo suficiente como para rodear el perímetro de esa panza mágica.
Porque lo que hay ahí dentro es eso: magia.
Lo que hay ahí dentro es un cúmulo de líquidos, fluidos, amor y vísceras que envuelven un regalo frágil y chillón.
40 semanas con un océano que crece dentro.
Con un mar pesado.
Con un polizón desnudo que desde fuera vosotros esperáis, con la esperanza de cuidarlo y abrazarlo, como si nada más importara.
Quienes os miran desde fuera se preguntan: ¿qué habrá ahí dentro?
Quienes os miran desde dentro se preguntan: ¿acaso habrá una vida fuera de aquí?
Vuestro hijo, que aún no sabe de quiénes son esas dos voces —una más grave, otra más amable— que a menudo lo acunan, y lo miman, nada y patalea feliz, como un pez gordito en un acuario.
Como un pez gordito que no quiere salir.
Imaginad.
Que un día hace no mucho vosotros erais dos, y que ahora sois tres, y que el mundo ha cambiado.
Imaginad.
Que un día el mundo cambió porque la tripa crecía y crecía como si no hubiera límite.
Imaginad.
Que la vida juntos era bonita y ahora la vida juntos va a ser difícil pero bonita.
Porque eso es precisamente la belleza: un lugar en el que crecer, un amor del que alimentarse