Porque te quise y te quiero, aunque estemos destinados a no ser.
– Julio Cortázar.
Cuando hablamos de destino, ¿En qué pensamos? ¿Un camino ya asignado? ¿Un camino que elegimos con el paso de la vida? Particularmente, no lo sé. Pero en este constante fluir de la vida, hay un día en el que el destino, la casualidad o como quieras llamarlo, te une con con alguien muy especial.
Esa persona que en el momento menos pensado llegan tu vida, silenciosamente, de puntillas… ¡y con la sonrisa perfecta, en el momento perfecto! Entra rompiendo esquemas y acabando con los principios que rigen tu vida. Llega poniéndolo todo patas arriba.
Ese tipo de persona especial que conoces una vez en la vida, en donde basta sólo una mirada para crear una química especial en el corazón. Sí, hablo de esa persona que entra como una luz para hacerte los días más alegres, para arrancarte una sonrisa sin esperarlo; de esa persona que llega y te abraza por detrás y te sale esa sonrisa de tonta… Sí, esa persona a la que empiezas a querer porque se lo gana con sus actos cada minuto que pasa.
Antes de conocerla, crees que eres feliz, pero es cuando llega que comprendes lo que es tocar el puto cielo con la punta de los dedos. Te sientes tan especial que ni siquiera necesitas motivos para amarla, ¡sólo la amas y ya!, y quieres vivir una vida entera con ella.
Y es justo en ese momento, en que esa persona te hace creer que el destino existe, y el tuyo, es estar a su lado. La llegas a amar a tal punto, que crees saber con certeza que es el amor de tu vida, que están hechos el uno para el otro.
Piensas que pasarán toda su vida juntos, sueñas que no la perderás, juras que la amarás por siempre y te invade la loca idea de envejecer a su lado. Y así recorren juntos una parte del camino, lo comparten.
Pero de pronto, la realidad te golpea, nuevamente te sorprende, pero ahora como despertar con un balde de agua fría. Así del mismo modo que llego esa persona, del mismo modo se va. Ahora ese mismo destino los separa, el camino se bifurca, se divide en dos.
Es así como la vida, a veces, une a dos personas y después las separa. Es así que un día despiertas y te das cuenta que el destino es un cabrón, que esa persona que un día puso a tu lado, ya no estará más allí, que sus vidas toman un camino diferente y que quizá, nunca se volverán a encontrar. Que los sueños y los anhelos ya no tienen futuro. Y que esa mirada de la que te enamoraste, en realidad no estaba destinada para ti. Que las promesas del “para siempre” se rompen, se parten en mil pedazos de la peor manera.
A veces, el destino se dedica a jugar con nosotros, como si todo lo que necesitamos para ser feliz es lo único que no podemos tener. Nos maneja a su antojo, nos permite conocer el amor, y él mismo se encarga de quitarlo de nuestra vida. No lo culpo, ni le reprocho nada, quizá somos nosotros que a pesar de luchar por lo que amamos, las circunstancias no están a favor; porque quizá si estábamos hechos el uno para el otro, pero no estamos destinados a estar juntos, sino a ser una lección más en nuestras vidas. Tal vez para algunos la vida se trate de eso.