Gamberrismo contra el Hollywood más hipócrita
Frank acaba de descubrir que dios es el diablo. La salchicha protagonista de La fiesta de las salchichas ha perdido toda fe en la humanidad. Le han criado desde pequeño para que crea en el paraíso. Le han enseñado que, cuando un comprador le selecciona, lo lleva al “Más allá”, a un lugar paradisíaco donde podrá cumplir todos sus deseos.
Pero ahora sabe la verdad. Sabe que sus alabados dioses son unos asesinos. Que solo les quieren para mutilarlos. Para comérselos. Y está dispuesto a decírselo a todo el supermercado. Su discurso es potente y las pruebas son claras, pero nadie está dispuesto a creérselo. Los productos vivientes se lo pasan mejor cantando cada mañana una alabanza a sus dioses. No necesitan creer en este crimen.
El público, que lleva poco más de una hora partiéndose de risa con algunos de los gags más ingeniosos del año, reflexiona por unos instantes.
“Espera, esta no es la película absurda ideada por fumetas que veníamos a ver”, piensan. Porque La fiesta de las salchichas podrá ser una gamberrada, pero no es un sinsentido. Detrás del humor de todos los colores que presenta, se encuentra una ácida sátira al mundo que nos rodea.
Drogas, censura, homofobia y, sobre todo, ateísmo.
El filme producido y protagonizado por Seth Rogen, quien lleva años provocando a través de películas como The Interview o This is the End, se postula como una de las películas más polémicas de la década.
La idea principal era bastante básica: productos del súper que cobran vida como si juguetes de Toy Story se tratase. Con este concepto podrían haber presentado prácticamente cualquier argumento estereotipado y funcional. Para echar las risas serviría. Pero han decidido tomar una idea que mueva a la gente al cine y poner, en frente de sus narices, la hipocresía y el cinismo que mueve al mundo.
La fiesta de las salchichas es una crítica a casi todo. Habla de drogas, de censura, de homofobia y, sobre todo, de religión.
Lo hace de todas las maneras posibles: a través de un conflicto entre un bagel (Israel) y un pan de pita (Palestina). A través de una botella de aguardiente (un nativo americano) que fuma marihuana mientras escribe su propio evangelio. A través del celibato entre Frank y su amado bollito, que no quiere meter más que “la puntita” hasta que lleguen al paraíso…
Y todo sin que nos demos apenas cuenta.
Es uno de esos filmes en los que no te fijas en lo que te han querido decir hasta que terminan. No es que sea Donnie Darko, pero camufla cada crítica en su humor absurdo y muy negro. De la mayoría de chistes te ríes por su brutalidad, un poco como cuando escuchas hablar al presidente de Filipinas. Pero, de la misma manera que ocurre con Duterte, el regusto que queda tras la carcajada no es precisamente dulce.
En ningún otro lugar verás a una ducha vaginal drogándose y teniendo sexo.
Por supuesto, no es la primera ni la única producción de animación en hacer algo así.
Hoy en día estamos acostumbrados a los chistes críticos con la sociedad americana de Los Simpson y las idas de olla de Padre de Familia. En el cine, ya nos empezamos a dar cuenta de que dibujos animados no es igual a película para niños. Producciones como Fantastic Mr Fox o Persépolis así lo demuestran.
Aunque el único precedente real del estilo de La fiesta de las salchichas es la película de South Park. Estrenada en 1999, contaba con elementos similares: camuflaje buenrollero, financiación como para estrenarse en todo el mundo y un equipo hollywoodiense del más alto nivel.
Pero, mientras en South Park la animación ya te daba algunas pistas de que no era apta para todos los públicos, en La fiesta de las salchichas es diferente. Se esconde con una estética Disney para hacernos dudar. Comienza con una introducción que podría ser perfectamente la de La LEGO Película. Y, a medida que avanza el argumento, deja claro que llegará más lejos que cualquier otra película animada.
En ningún otro lugar verás a una ducha vaginal (sí, el villano de la película es una ducha vaginal) drogándose y teniendo sexo. En gran parte, porque sería imposible. La animación, al final, acaba siendo un recurso para contar cosas que sería imposible de explicar de otra forma. Y esto también permite a los creadores ser mucho más “originales” a la hora de plasmar sus ideas. Tan originales como para contar una historia en la que los productos del supermercado cobran vida y nosotros somos sus matarifes.
Una gran trampa al Hollywood más conservador.
Sin embargo, la colada más grande no se la han hecho al público. Desde el tráiler sabíamos de qué iba esto. Sabíamos, como mínimo, que íbamos a flipar durante hora y media.
La gran trampa se la han hecho a Hollywood.
Por más que intenten redimirse de su historia conservadora dando premios a actores que interpretan a transexuales, la industria no ha cambiado un ápice en lo que a la religión se refiere. Solo hay que echar un vistazo a recientes estrenos como Ben Hur (2016), Noé (2014) o Exodus: Dioses y Reyes (2014) para darse cuenta de que la Biblia sigue siendo rentable. O, como mínimo, intentan que lo sea.
El caso de estas películas es bastante curioso. Se venden como historias de acción y aventura, dándoles una estética moderna e intentando hacerlas atractivas para el público actual. Pero, al final, acaban contándote la misma historia de siempre. Incluso, Mel Gibson ha dicho que está ideando la segunda parte de La Pasión de Cristo. De forma que, por más que lo intenten negar, los estudios siguen arrelados a la misma Iglesia que en los años 20 tanto les ayudó.
El cine ha hecho oídos sordos al reclamo social, pero ‘La fiesta de las salchichas’ ha llegado para hacer justicia.
Aun así, la relación entre Hollywood y religión va mucho más allá de estas producciones. Como ocurre con algunos colectivos, el ateísmo luce por su ausencia en las agendas de las productoras. Aunque se presenten a personajes sin creencias, en muy pocas películas verás un discurso favorecedor a la negación de que exista un Dios.
Desde 1934 hasta 1967, la Iglesia actuaba directamente en el cine a través del Código Hays, una serie de normas pactadas con el gobierno que dictaban qué se podía y no podía mostrar en la pantalla. Y, pese a que la censura se abandonó, Hollywood continuó manteniéndose bastante retrasado respecto al resto de la sociedad estadounidense.
Tal y como apunta The Guardian, el 48% de jóvenes norteamericanos no creen en ningún dios, lo que representa una caída en picado respecto a años anteriores. Sin embargo, aunque a principios de los 2000 se publicaron tres best sellers dedicados al ateísmo — El fin de la fe, El espejismo de Dios y Dios no es bueno—, el cine ha hecho oídos sordos al reclamo social.
Por ello, una crítica tan dura a la religión como la que hace La fiesta de las salchichas solo podría haber aparecido en este formato. Un intento de hacer lo propio en una película de acción real no solo hubiera sido algo mucho más controvertido. Hubiera sido prácticamente imposible de realizar debido a las presiones recibidas.
La jugada no les ha podido salir mejor a los más gamberros de Hollywood. Se han marcado un discurso disruptivo oculto en un envoltorio de ridiculez que muchos creían del estilo de American Pie. Y lo han hecho con humor, acción y tanta macarrería como les ha sido posible.
Fuente: playgroundmag