Querida Mamá:
Te quiero pedir una cosa. Necesito que seas eterna. Que tu abrazo sea infinito y que nunca se muera tu voz en el teléfono. No puedo imaginarme llamar y que nadie me pueda pasarme contigo , aunque sea sólo para decirnos “hola”. No creo realmente que algo fuerte suceda en mi vida, sin que te lo pueda contar para que me digás que esté tranquila y así mi alma explosiva te haga caso de inmediato.
En el orden de mis necesidades para ser feliz, están en primera fila tus ojos, a veces tan pensativos, analíticos y callados…otras más conversaciones, dejándose sentir, más libres, muertos de risa y más compás de mis ocurrencias.
En esa primera fila, tus manos. En los peores momentos ellas me han acariciado y tienen la magia de traspasar mi piel. Llegan a la esencia de lo que soy, sin podertelo ocultar, porque me conoces desde adentro, desde mi alma hasta lo que todos los demás ven.
Qué perfecto Dios, hacernos cómplices siendo tan distintas. Pero qué maravilla somos juntas, cuántas conversaciones de dos puntos de vista tan distantes y al final nos tomamos el café del mismo modo y eso es lo que vale.
Mami, yo quiero regalarle a tu vida muchos momentos más en que te sientas verdaderamente feliz. Quiero caminar contigo abrazada a tu hombro, sin que jamás nadie nos diga que eso no se puede hacer por siempre.
Necesito que seas eterna y reconozco la gran dosis de egoísmo que tengo al decírtelo. Además, no debo ignorar que eternas son nuestras almas. Pero bueno, aún te tengo aquí y te puedo leer esto con mi voz y tu escucharlo en silencio, cómo haces cuando te digo que te amo y sonries como si alguien te estuviera dando un premio. Respiras profundamente y luego me dices que tu también me amas. Salgo de la cochera y me tiras un beso. Debiera ser ley que nunca se acabe ese besito tirado que cae inmediatamente en mi corazón de chiquilla y me erizo de la alegría de tenerte. Gracias Mami, en serio, de veras gracias, te amo mucho más de lo que pueda decirte. Gracias Mami. Te amo.