Me mira a los ojos y me dice: “Lo que vi ese día es una de las cosas más perturbadoras que he visto en toda mi vida”.
Eran las 11:00 de la mañana cuando Yenny atendió el teléfono.
“El policía me dijo que habían encontrado a una mujer en una casa y que tenía heridas muy graves, que estaba muy maltratada”.
El agente señaló que era una persona que “estaba metida en la prostitución”.
“Está muy alterada, está gritando“, señaló el funcionario. “Habla un idioma que no entendemos, quizás es portugués. ¿Pueden venir por favor?“.
Yenny, que trabajaba en una organización no gubernamental que apoya a mujeres latinoamericanas en Reino Unido, le pidió a una compañera de habla portuguesa que fuera con ella.
Cuando se acercaron a la mujer en la estación de policía, su compañera le dijo: “Não se preocupe, estamos aqui para te ajudar. Não tenha medo“.
La mujer, muy angustiada, dijo algo en español.
“De inmediato le dije: ‘Tranquila, tranquila. Te vamos a ayudar. No tengas miedo‘”, cuenta Yenny.
Doble trata
Yenny Aude es ahora la directora de LAWA (Latin American Women’s Aid), la organización a la que la policía llamó hace cinco años para pedir ayuda con ese caso.
“Las fotos que vi de cómo la hallaron eran absolutamente perturbadoras”, me cuenta.
“Cuando llegó la policía, la encontraron colgada: así era como la violaban y así fue como abortó. Estaba siendo violada mientras estaba pariendo. Estaba desangrada“.
La mujer había salido de Colombia rumbo a España con la intención de trabajar. Pero fue engañada y cuando llegó, le quitaron sus documentos y la forzaron a prostituirse por “unos años”.
“Cuando hablé con ella la primera vez, le pregunté si sabía dónde estaba y me dijo: ‘¿En España?’. En ese momento no recordaba cómo la habían trasladado a Londres“.
La mujer fue llevada al refugio que LAWA tiene para latinoamericanas que son víctimas de violencia de género en Inglaterra. Es el único de su tipo en Europa.
Tortura
Pasaron meses de terapias psicológicas y de mucho apoyo emocional para que esa joven de 26 años contara su historia.
“Una cosa es forzarte a hacer trabajo sexual y otra cosa es la tortura. Ella había sido torturada“, me dice Aude.
La mujer dijo que fue llevada a varias casas pero que no sabía dónde estaban porque nunca la dejaban salir. Siempre la trasladaban en automóvil.
“Recordaba que en la última casa en la que la tuvieron, escuchaba gritos de mujeres en las otras habitaciones. No las conocía porque no las dejaban comunicarse entre sí. Cuando querían ir al baño, un miembro (de la red) las acompañaba porque no dejaban que hablaran entre sí”, señala Aude.
En esa casa, explicó la mujer, sus captores empezaron a sacar a las otras jóvenes, hasta que ella se quedó sola. Le siguieron metiendo hombres para abusar de ella, incluso mientras estaba embarazada.
Posteriormente, al conocer los detalles del caso, Aude supo que los vecinos habían denunciado que escuchaban gritos de una mujer y creían que venían de esa casa. Pero cuando la policía se acercaba, no se oía nada y cuando los agentes tocaban la puerta, nadie salía.
Sin embargo, los gritos persistentes y desesperados de la mujer cuando fue violada mientras estaba en trabajo de parto y cuando perdió al bebé fueron los que finalmente llevaron a encontrarla.
La nota
“Cuando la conocí prácticamente no tenía dientes”, rememora Aude.
La joven contó que cuando no hacía lo que sus captores querían, le sacaban un diente o le arrancaban cabello.
“Por eso es que también tenía baches en su cuero cabelludo“.
Tanto LAWA como las autoridades británicas le dieron la ayuda necesaria para su recuperación.
Al principio, recuerda Aude, no levantaba la cabeza si había un hombre cerca. “Estaba completamente traumatizada“.
El apoyo no se limitó al área psicológica: “La ayudamos a que le arreglaran los dientes, que volviera a tener su cabello, que las heridas de su cuerpo sanaran, que tuviera una reconstrucción vaginal”.
“Ella quería verse como cuando se fue de Colombia. Me mostró una foto y al compararla con la persona que tenía al frente, eran dos personas totalmente diferentes”.
Cuando la mujer se sintió un poco mejor, se fue del refugio y dejó una nota:
“Muchas gracias por todo“, se leía.
Había decidido volver a Colombia.
***
Cuando conocí a una mujer a quien llamaré Ana, para proteger su identidad, me sorprendió lo joven y llena de vida que se veía.
“Discúlpeme por llegar tarde, me perdí”, me dijo con una voz muy dulce y una sonrisa.
Se sentó, tomó un sorbo de café y poco a poco me empezó a contar su historia.
Había salido de Sudamérica con destino a Inglaterra en la primera década de 2000. Tenía 18 años.
Una prima que vivía en Londres la había invitado y ella no dudó en aceptar, quería escapar de un familiar que había abusado sexualmente de ella.
Cuando llegó a Reino Unido, no contaba con el visado necesario y se tuvo que ir a Francia. Allí estuvo unos meses hasta que su prima mandó a un “amigo” a buscarla.
“Apenas me vio, me dijo: ‘Vas a hacer todo lo que yo te diga‘. Me asusté mucho”, me cuenta.
El plan del sujeto era intentar entrar a Inglaterra vía marítima, a través de Dover, ciudad costera del sur del país.
“Poco antes de llegar al puesto migratorio, el hombre me dijo que me adelantara, que él se quedaría atrás. Agarró mi pasaporte y me dio otro“.
Se trataba de un pasaporte español con la foto de Ana.
“Me dijo: ‘Pasa con este dinero y con este pasaporte. Tienes que decir que te llamas así (y le mostró el nombre que aparecía en el documento). Apréndete tu nombre completo y la fecha de nacimiento. Tú no me conoces, dices que vienes como turista. No voltees. No tartamudees. No te pongas nerviosa‘. Me quería morir. No sabía qué hacer”, me cuenta.
Después de que el agente de inmigración revisó su pasaporte minuciosamente y lo pasó “como cinco veces” por una máquina, la dejó pasar.
Ya en territorio inglés, Ana debió esperar por el hombre que la llevaría a donde estaba su prima.
La deuda
“Ya llegaste”, fueron las primeras palabras de su pariente cuando la vio. “Ahora te toca pagarme todo lo que gasté en ti. Te va a tocar empezar a trabajar. Vas a hacer todo lo que yo te diga. Estás en mis manos“.
Ana se asustó mucho, no entendía. Me cuenta que se contuvo para no llorar.
Su prima intercambió unas palabras en inglés con el hombre que la había llevado hasta allá. Él le entregó todos los documentos de la joven y se fue.
“De pronto, del baño salieron cuatro chicas y se sentaron con nosotras. Mi prima sacó unos teléfonos y una libreta y los puso sobre la mesa. Era como si todo hubiese estado escondido”.
“Las chicas estaban en sujetador y bikini, con vestiditos muy transparentes, muy maquilladas y con tacones bien altos”.
“Pensé: ‘¡Dios ¿qué es esto?!’ y empecé a temblar”.
“Le pregunté a mi prima: ¿Qué pasa?”
“Y me dijo: ‘En esto es en lo que vas a trabajar‘. Y le dije: ‘Yo no voy a trabajar en esto’. Pero me respondió: ‘En esto vas a trabajar hasta que termines de pagar la deuda que tienes conmigo, hasta que pagues el último centavo que pagué por ti‘”.
Ana no aguantó más y explotó en llanto.
El encierro
Su prima la encerró en una habitación con las otras jóvenes, quienes trataban de tranquilizarla.
“Recuerdo que me habían dicho que eran de Bolivia, Colombia, México y Venezuela y que tenían entre 19 y 24 años”.
“Yo les preguntaba cómo podían aguantar eso y me decían que no tenían otra opción porque estaban permanentemente encerradas con llave. ‘No tenemos ni dinero, ni papeles‘, me contaban”.
“Afuera, en la puerta, siempre hay un hombre, las ventanas están selladas y tienen rejas, la puerta del patio tiene rejas. No hay forma de escapar“, le dijeron.
Esa misma noche vio lo que le esperaba.
“Cuando sonó el timbre, las chicas se pararon rápidamente y se pusieron como en una formación“, me cuenta.
Las muchachas escondieron a Ana en el baño porque le dijeron: “Los hombres aquí son muy morbosos y si te ven tan joven, seguro te van a agarrar a ti”.
“Las chicas intentaban no mostrarme porque no dejaba de llorar. Me explicaban lo que iba a tener que hacer y me decían que debía hacer cosas aunque no quisiera porque si no las hacía los hombres me iban a golpear. ‘Te van a decir que están pagando por ti‘”.
Cada hombre que salía de la habitación le decía a su prima con quién había estado. Cada chica tenía un nombre.
“Tenemos que mostrarte, no podemos esconderte más”, le decían a Ana.
Y así sucedió, no pudieron esconderla más. Su propio “infierno” estaba por comenzar.
“Uno tras otro”
Ana recuerda que el primer hombre que le tocó estaba muy borracho y se quedó dormido, el segundo la golpeó porque “yo no me dejaba“.
“No fue la única vez que me lastimaron, hubo muchas y nunca nos llevaron a un médico. Las chicas me daban cosas para el dolor”, cuenta casi a punto de llorar.
“Llegó un momento en que ‘los clientes’ no miraban a las otras chicas y querían solo conmigo y conmigo. Mi prima las sacó y me quedé sola en esa casa”.
“Era hombre detrás de hombre, uno tras otro”. Muy pocos eran latinos.
“Yo no aguantaba. Yo le decía a mi prima: ‘Ya no puedo más’ y me decía que le tenía que pagar la deuda”.
“Me acuerdo que había una fila de hombres afuera del cuarto. Era una fila enorme, me acuerdo que cuando abrían la puerta del cuarto, yo veía a varios”, me dice con un tono de rabia contenida.
“Algunos hombres no usaban protección y si reclamaba me golpeaban. Tenía que aceptar que lo hicieran por donde ellos quisieran”.
Ana recuerda que fue llevada a otras casas, siempre custodiada y en automóviles. Y siempre terminaba igual: encerrada.
Y es que de acuerdo con los expertos, esa es una de las estrategias de las redes de explotación sexual: rentar casas por periodos cortos de tiempo para evitar que la policía les haga seguimiento.
Ana vivió así “un año y unos meses” y cuando intentó escapar, la golpearon.
Recuerda que su prima le decía: “Si sales nadie te va a entender, nadie te va a creer“.
“No hablaba inglés, no sabía ni qué día era, estaba totalmente perdida”, me cuenta.
“No te das cuenta”
Ana pudo salir de esa red en parte porque estableció una relación con un amigo de su secuestradora que no sabía lo que estaba pasando.
Sin darle detalles de por qué no quería ver a su prima, se escapó con él y quedó embarazada.
Tras un desmayo, fue llevada al hospital. La condición en la que la encontraron llamó la atención de los doctores y los servicios sociales empezaron a pedirle información y ofrecerle ayuda.
“Me preguntaron por qué tenía todas esas marcas en el cuerpo y no les quería decir. Tenía miedo”.
Cuenta que los pastores de una iglesia cristiana evangélica también la ayudaron a salir de “la pesadilla”.
Sin embargo, si hay alguien que realmente la “salvó” -me cuenta- fue su hijo.
Se le quiebra la voz y llora: “Me salvó de matarme“.
Cuando le pregunto por qué aceptó conversar con BBC Mundo sobre lo que padeció, fija su mirada en un punto, se toma unos minutos y me responde:
“Es que hay muy poca información en nuestros países. (Las mujeres) no se imaginan lo que les puede pasar. Yo era muy joven, no conocía nada, me dejé llevar por un sueño, una ilusión, por escapar de mi realidad”.
“Yo lo viví en carne propia. Es un tráfico del que no te das cuentas, te están llevando a sufrir más abusos, más traumas, eso duele mucho”.
“Tengo muchas secuelas. Para que yo le esté contando esto a usted es porque lo he superado un poco. No quisiera que otra niña pasara por lo que yo pasé y puede ser que ahora haya más. Es la realidad, cruda, dolorosa“.
Trata de personas
“La trata consiste en utilizar, en provecho propio y de un modo abusivo, las cualidades de una persona.
Para que la explotación se haga efectiva los tratantes deben recurrir a la captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de personas.
Los medios para llevar a cabo estas acciones son la amenaza o el uso de la fuerza u otras formas de coacción, el rapto, fraude, engaño, abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad”.
Fuente: Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados, Acnur
El método del novio
Durante 30 años, LAWA le ha brindado apoyo a mujeres latinoamericanas en Reino Unido.
Tras 10 años trabajando en la organización, Yenny Aude estima que en 35% de los casos que ha tenido a su cargo hubo trata.
“Pero ninguna mujer me ha dicho: ‘Fui traficada‘. Muchas de las que vienen a pedirnos ayuda, llegan por otras razones. Cuando nos empiezan a contar sus historias y les empezamos a hacer preguntas, es que nos damos cuenta que fueron víctimas de trata. Pero ellas no lo reconocen como tal”.
Como si se tratara de un eco, Carolina Gottardo, directora de otra organización no gubernamental dirigida a latinoamericanas en Reino Unido, LAWRS (Latin American Women’s Rights Service), me indica:
“Ninguna mujer llega a LAWRS diciendo: ‘Soy una víctima de trata’. Ellas nunca se ponen ese sello y es porque no tienen información sobre lo que es la trata”.
Si a ti te preguntan: ‘¿Tú vienes con este hombre? ¿Este hombre te está forzando a algo?’ Dices que no porque es tu novio”
“Mi experiencia en los últimos años me ha demostrado que muchas veces la trata no se da de la manera tradicional. No siempre son forzadas por un extraño o una empresa que les promete el trabajo soñado en Europa y cuando llegan les quitan los papeles, las encierran y las obligan a hacer trabajo forzado o a la explotación sexual”, señala Aude.
“Una forma de tráfico actual, que me impactó mucho en su momento, es el uso de la figura del novio”.
“Imagínate: estás en Brasil, Venezuela o Colombia, y viene este caballero europeo y te conquista. Se hacen amigos y después novios. Pero así como me está enamorando a mí en Venezuela, enamora a otra en México y a otra en Colombia, por ejemplo”.
“Y finalmente te dice: ‘Mi amor, ven a visitarme a Inglaterra, yo te pago el pasaje‘. Cuando la mujer llega invitada por su supuesto novio entra en una situación de tráfico, en la que son obligadas a prostituirse”.
“No quieren hablar”
En muchos casos, el “enamorado” desaparece apenas pisan suelo europeo.
“Cuando son liberadas o se escapan y la policía las interroga, ellas hablan del supuesto novio y esa respuesta se puede prestar a una interpretación: ‘Esta inmigrante llegó con una pareja y cayó en la prostitución'”, indica Aude.
Y es que esa versión de su historia migratoria: “Vine a visitar a mi novio” o “Llegué con mi novio” no es clasificado como trata.
“Si a ti te preguntan: ‘¿Tú vienes con este hombre? ¿Este hombre te está forzando a algo?’ Dices que no porque es tu enamorado. O si te preguntan: ‘¿A qué viene usted aquí?’ ‘A reunirme con mi novio, él me está esperando afuera‘“, explica la experta.
Esa situación no enciende ninguna alarma en el funcionario de inmigración.
Una vez la mujer entiende que ha sido una víctima de trata, es extremadamente difícil hacer que denuncie su caso a las autoridades, indica Aude. “No quieren hablar de eso”.
“Son mujeres que salieron de sus países porque iban a visitar a su novios, incluso a casarse, y la sola idea de contar lo que pasó es impensable. ¿Por qué? Porque quieren regresar a sus países. ‘No quiero volver a mi pueblo con el estigma de que fui una mujer traficada o que estuve en la prostitución’, nos dicen”.
“Hay muchos casos que simplemente no son reportados”, señala la especialista.
“Pero recuerdo uno que sí fue clasificado como trata por la policía británica: una brasileña había viajado a Portugal con su ‘novio’ portugués y después él la trajo a Reino Unido”.
El hombre se la entregó a unas personas que la metieron en una casa y la obligaron a prostituirse.
“Yo no podía creer que ese hombre me había hecho eso. Había venido a mi pueblo, conoció a mi familia, a mi padres”, le decía la joven a Aude.
“Víctimas potenciales”
Tener certeza sobre cuántas mujeres han sido traficadas a Reino Unido es extremadamente difícil y se vuelve aún más complejo cuando se refiere a las latinoamericanas, no sólo porque muchas sobrevivientes prefieren no denunciar sino porque los casos son difíciles de detectar por las autoridades.
Los expertos apuntan a que la trata de latinoamericanos generalmente no se da a una escala comparable con la industria del crimen organizado, sino que en muchos casos se desarrolla de una forma más informal, en la que un conocido de la víctima o un empleador suele estar involucrado.
El Mecanismo de Referencia Nacional (NRM, por sus siglas en inglés: National Referral Mechanism) es el programa con el que cuentan las autoridades británicas para identificar y ayudar a las víctimas de la trata de personas o esclavitud moderna en Reino Unido.
Sus estadísticas se refieren a las “víctimas potenciales de esclavitud moderna” que llegaron a ese programa e incluye casos en proceso de investigación.
Sin embargo, organizaciones de derechos humanos explican que son casos de personas que han sido referidas a ese programa porque hay suficientes razones para creer que han sido víctimas de trata.
Entre 2014 y septiembre de 2016, el NRM reportó que la mayoría de víctimas potenciales de trata provenían de Albania, Vietnam y Nigeria.
De América Latina, se registraron 22 casos: de Bolivia, Brasil, Cuba, Guatemala, Nicaragua, Honduras, México, Panamá y República Dominicana. Y estaban relacionados no sólo con explotación sexual, sino con servidumbre doméstica y explotación laboral.
“Desaparecen”
Julián Chávez Lemos es un abogado que en los últimos 10 años ha prestado servicios de asesoría legal en materia de inmigración y derechos humanos a varios consulados latinoamericanos en el Reino Unido.
Calcula que en ese periodo conoció a unas 15 mujeres que llegaron al país como víctimas de trata.
Casi todas las mujeres que he conocido que han sido víctimas coinciden en un punto: les da miedo decir cuál es su país de origen porque no quieren ser deportadas