Rocío González, la capitán Torres, tiene una mirada verde, penetrante como la de un halcón. Forma parte de los 18 pilotos de caza del ala 12 de la base aérea de Torrejón de Ardoz. La única mujer. En toda España solo hay otras cuatro, pero ella es la primera que ha conseguido, en mayo de este año, las mil horas de vuelo. “Es muy difícil llegar a esto. Cuando las tienes ya eres capaz de hacer todo”, dice. Todo quiere decir hacer vuelo rasante rompiendo la barrera del sonido, mantener el control del F-18 incluso después de haber perdido la visión debido a la gravedad o alcanzar casi los 2.000 kilómetros a la hora. Por no hablar de los giros y piruetas, de la precisión milimétrica en los disparos o el viraje del rumbo en milésimas de segundo.
La entrevista tiene lugar, casualmente, el día de su cumpleaños. Rocío González cumple 33. Y esta noche ha dormido bien. Como tiene misión, le ha tocado a su marido ocuparse de sus mellizas de año y medio. “Para volar hay que estar bien descansado”, explica. Él también es piloto de caza, se conocieron en la academia militar (“como éramos muy pocas, teníamos para elegir”, recuerda riendo). Antes de esta entrevista ha dejado en la guardería de la base aérea a sus hijas, unas niñas que crecerán convencidas de que es normal que papá y mamá sean pilotos de caza.
- P-¿Qué sentiste la primera vez que pilotaste sola un F-18?
- R-Una gozada, un subidón de adrenalina bestial. Tienes el nervio típico de que no hay nadie a quién preguntar, pero te das cuenta de que vas muy preparado.
- P-¿Qué cualidades se necesitan?
- R-Compañerismo, porque no vas tú solo, lo que haces afecta a tus compañeros; si fallas puedes incluso matarlos. Hay que ser disciplinado, las cosas están pautadas de una manera específica. Necesitas mucha capacidad de reacción y habilidad de pensamiento. El problema de este avión es que va muy rápido, va por delante, llega al sitio y tú todavía estás pensando en lo que tenías que haber hecho. Debes ser agresivo. Si precisas cambiar de rumbo, has de hacerlo ya.
Rocío González nos recibe vestida con el mono verde de vuelo. Antes de subirse al F-18 se pondrá el traje anti G, unos pantalones que se conectan al avión y se van hinchando a medida que aumenta la gravedad en la cabina para ayudar a bombear la sangre al cerebro y evitar la temida pérdida de visión. “Con los giros tan rápidos que hacemos aumenta la gravedad hasta siete veces, y eso hace que todo pese más, la sangre también y por eso se te baja de la cabeza”, explica con total tranquilidad, como si estuviera hablando de cualquier hecho cotidiano, “primero empiezas con la visión túnel, solo aprecias lo que hay enfrente, y si continúas se produce la visión negra: ya no ves, mantienes la consciencia pero puedes llegar a perderla”.
P-¿Te ha pasado alguna vez?
R-Sí, visión túnel y negra, pero no he perdido el conocimiento. Cuando dejas de ver sueltas la palanca y todo vuelve a su ser, recuperas la vista. El problema es si te pasa estando a muy baja cota porque no te da tiempo a recuperar. Hay que saber prevenirlo. No es incómodo, no sufres, pero dejar de ver a esa velocidad es peligroso y preocupante.
La diferencia entre un piloto de caza y un ser humano normal es que para el primero la pérdida de visión a los mandos de su avión es algo meramente “preocupante”. Rocío González proviene de una familia sin tradición militar, pero desde pequeña tenía claro que quería entrar en el Ejército. “Va con mi forma de ser”, comenta, “me gusta el deporte, el riesgo, la aventura, la disciplina”. Accedió a la carrera militar con el apoyo total de su familia y, especialmente, de su madre (de ahí haber elegido capitán Torres como nombre de guerra), y enseguida se dio cuenta de que le atraía el aire. “Como se me daba bien, elegí caza en el cuarto año”, recuerda. Eso que ella resume con modestia quiere decir en realidad que fue la número uno de vuelo de su promoción.
P-¿Has tenido algún problema por ser mujer?
R-No, ninguno, supongo que depende de los jefes. A mí me han tratado exactamente igual que a un hombre, y ha ido todo rodado. Siempre tienes compañeros machistas que te dicen que le has quitado la plaza a un tío. Son los menos, pero los hay. Aunque, por lo general, la gente te trata con normalidad.
P-¿Has notado una presión extra?, ¿tenías que demostrar más?
R-Sí, pero era autoimpuesta, algo propio de las mujeres. Siento que debo hacerlo mejor, no es que nadie me obligue desde fuera. Una chica piensa: “Tengo que demostrar que soy muy buena”. Quizá eso un hombre no lo siente.
El horario estándar en el ala 12 es de 7.30 a 15.00 h, y cada piloto tiene una media de tres o cuatro vuelos a la semana. Algunos son nocturnos. “Hoy en día la guerra se hace sobre todo por la noche”, explica, “y hay que entrenar porque es muy diferente”. O guardias de 24 horas junto al avión, con todo listo para despegar si hay una emergencia en el espacio aéreo español. Misiones reales solo ha tenido una de defensa aérea en Libia, en 2011, despegando desde Italia sin armamento. “Soy la primera que no quiero que haya guerras”, afirma, “ahora bien, tenemos que estar preparados por si las hay. Y claro que quiero ir, llevo ocho años entrenando para eso. Se aprende muchísimo, ves a la gente en acción. Supone mayor nivel de estrés, pero no es lo mismo entrenar que la vida real”. No suele volar junto con su marido, prefieren no coincidir por si ocurre algo. Y asegura que la maternidad -se reincorporó a los tres meses de dar a luz y a los cinco ya estaba haciendo vuelos normales- no ha cambiado en absoluto la manera en que se enfrenta al trabajo. En este sentido, se queja de lo mismo que cualquier otra profesional: “Lo único diferente es que ya no tengo tiempo para nada, ahora no puedo llevarme nada a casa para estudiar.
Le quedan tres años en activo volando, luego ascenderá a comandante y pasará a tareas de gestión. “No me apetece dejar de volar porque no te aburres nunca, es una vida muy dinámica”, dice. Le apasiona su trabajo y se nota. Hoy ha tenido suerte porque, en su cumpleaños, le toca su misión favorita, una tierra-aire: “Son las que más me gustan porque haces de todo, hay que localizar objetivos, preparar las rutas, lanzar el armamento (simulado, bombetas no explosivas). Es muy entretenido porque haces de todo, tanto volar a cota muy alta como a ras del suelo para que no te vean”, explica. Y se despide porque tiene que ir a prepararse para la misión que va a liderar en el polígono de las Bárdenas Reales.
Cuando regrese, se quitará el traje anti-G, Rocío González lo dejará bien colocado junto con el casco en el cuarto de los uniformes y se irá, como si nada, a recoger a sus hijas a la guardería.
Fuente: elmundo