Cada nueva botella es un golpe bajo al hábitat del Ártico.
Para muchos, pensar en un glaciar es recordar el deshielo de los polos por culpa del calentamiento global. Pero para otros, el glaciar les evoca la pureza de unas aguas que deben ser conquistadas. Y embotelladas. Es el caso de la empresa Svalbardi, que ha empezado a explotar los icebergs del archipiélago noruego de Svalbard para vender cada botella a 94 euros.
El archipiélago es el hogar de una de las comunidades más septentrionales de la Tierra, con una criminalidad prácticamente nula. Y también es el hábitat de los osos polares y una atracción para los turistas que lo visitan para practicar deportes extremos.
El único lugar donde pueden comprarse, a parte de en su página web, es en los almacenes Harrods de Londres. Y pretende vender en 25 mil y 35 botellas al año, fabricadas con unas 30 toneladas de hielo en dos ocasiones al año.
El agua, que apenas tiene contenido mineral, se valora por tener “una sensación en boca excepcionalmente ligera” y “un terroir único, ideal para maridar con alta cocina”, según la empresa.
En declaraciones para el Daily Mail Qureshi afirma que su agua “es el resultado de fundir icebergs que hace 4 mil años se crearon a partir de nieve. La contaminación no ha podido intoxicarlos porque el hielo se ha compactado desde tiempos previos a la revolución industrial”. No obstante, no menciona ningún estudio científico que respalde sus palabras.
Para quien le cuestione la sostenibilidad su empresa, Qureshi tiene dos respuestas. La primera, que un porcentaje de la botella se dona a Global Seed Vault, un centro que guarda cada variedad de semilla que existe para combatir su pérdida en caso de desastres naturales.
Y la segunda, según dijo para El País que tiene el certificado de empresa libre de carbono y que solamente usan icebergs que ya se han desprendido y flotan en el mar.
Sin embargo, para Peter Gleick, presidente del Instituto Pacífico consultado por este mismo periódico, sostiene que la cadena de producción que requiere la empresa, a largo plazo no será sostenible en términos ecológicos y podría acelerar el deshielo a pequeña escala.
Fuente: playgroundmag