A los profesores les gusta pensar que conocen bien a sus alumnos, después de todo, pasan gran parte de su día con ellos compartiendo y enseñándoles. Jean Thompson, sin embargo, descubrió lo equivocada que estaba al concentrarse en la historia de un niño pequeño de su clase.
Desde el primer día de clases, Jean les dijo a sus alumnos que los trataría a todos siempre por igual, era algo que le gustaba decir y que le llenaba de orgullo. Lo que ella no sabía era que rompería esa promesa, y no porque no quisiera, sino que era realmente imposible, especialmente cuando en este curso tenía a Teddy Stoddard sentado en la tercera fila.
Jean se había fijado en Teddy desde el año anterior, siempre lo veía en el patio del colegio. Su ropa solía estar sucia y su cabello despeinado, los otros niños rara vez jugaban con él debido a su mal genio. Como era de esperar, en los primeros meses como su alumno, Teddy sólo obtuvo malas notas.
Ella estaba dispuesta a saber más sobre Teddy para poder ayudarle y se dispuso a indagar en su expediente escolar. Su maestra de primer grado había escrito:
“Teddy es un niño muy amigable y curioso, siempre está sonriendo. Hace todas sus labores escolares y es muy educado. Es un placer tenerlo como mi alumno”
No parecía el mismo Teddy al que Jean estaba acostumbrada.
Luego leyó los apuntes de la maestra en segundo grado:
“Teddy es un excelente estudiante. Es muy querido por todo el grupo, pero la enfermedad de su madre le ha afectado profundamente. Está pasando por un momento muy difícil.”
Cuando Teddy estaba en tercer grado la maestra escribió:
“Teddy trabaja muy duro y, aunque la muerte de su madre le ha afectado en gran medida, él continúa esforzándose y dando lo mejor de sí”
Luego, Jean llegó a los apuntes de la maestra de cuatro grado:
“Teddy es muy retraído y no muestra mucho interés en la escuela. Tiene pocos amigos, y algunas veces se queda dormido en clase. Parece que se ha convertido en un caso difícil”
Por fin Jean tenía una idea más clara de la situación personal por la que pasaba Teddy.
Para entonces ya había pasado la mitad del año escolar y la Navidad estaba a la vuelta de la esquina. Jean había recibido ese día regalos de todos sus alumnos, la mayoría envueltos y adornados con hermosos lazos, todos menos uno que estaba torpemente envuelto en un sencillo y pálido papel café.
Comenzó a abrir todos los regalos, cuando llegó al envuelto en papel café descubrió dentro un brazalete de plástico y una botella de perfume usada, con un poco menos de la mitad de su contenido. Roció el perfume en su muñecas, las frotó una contra la otra y cerró los ojos para concentrarse en el olor.
Cuando los abrió de nuevo se sorprendió al encontrar frente a ella y de pie a Teddy:
“Señorita Thompson, hoy usted huele como lo hacía mi madre”, dijo él tímidamente.
Cuando, al final del día, todos los niños salieron del aula, Jean no pudo contener el llanto debido a tan conmovedor gesto. Después de recibir el regalo de Teddy, era imposible para ella no darle especial atención, poco a poco iba viendo como algo en el pequeño volvía a brillar, algo que había permanecido mucho tiempo escondido bajo una manta de tristeza y soledad. Para el final del año escolar, Teddy se había convertido en uno de los mejores alumnos de la clase.
Un año después, cuando Teddy acabó sexto grado, Jean encontró una nota bajo su puerta. El que había sido su alumno le decía que, de todos sus profesores durante esos años de escuela, ella había sido siempre su favorita por mucho.
Seis años después, Jean recibió otro mensaje de Teddy; se había graduado de la preparatoria y era el tercer mejor estudiante de la clase. En la nota le comentaba también que seguía siendo su maestra favorita.
Cuatro años pasaron y Jean volvió a recibir noticias de Teddy. Le comentaba que no había sido siempre fácil para él continuar con los estudios, pero que recordarla lo motivaba a dar todo de sí. Ahora se había graduado de la universidad como el mejor estudiante de la clase. Por supuesto que no olvidó recordarle que seguía siendo su maestra favorita.
Algunos años después, Teddy volvió a comunicarse con Jean. Escribía que gracias a su ejemplo él había seguido preparándose y estudiando, que ahora había terminado sus estudios de posgrado… y seguía siendo su maestra favorita. Pero no era todo, en la carta Teddy le escribía que había conocido al amor de su vida, estaban enamorados e iban a casarse. Él explicaba que su padre había muerto hace algunos años y le pedía que acudiera con él a su boda y tomara el lugar que tradicionalmente se reserva para los padres del novio. Jean, por supuesto, aceptó la invitación con un enorme gusto y placer.
El gran día por fin había llegado, y Jean arribó a la boda de Teddy con el brazalete de plástico que le había regalado hace tantos años, y el perfume que alguna vez había sido de su madre.
Historias como esta nos muestran lo importante que es entender que todos tenemos una historia y una razón para estar aquí. Cuando una tragedia llega a nuestras vidas, hay que aprender a encontrar, ya no el motivo, sino el objetivo de dicha tragedia. Cuando una puerta se cierra se abre una ventana llena de nuevas posibilidades. Es necesario entender el impacto que nuestras acciones pueden tener en la vida de los demás; hay que ayudar cuando está en nuestras manos que alguien más pueda desarrollar todo su potencial.
No olvides compartir esta historia con padres, maestros y demás personas que tratan día a día con niños y jóvenes. Sin duda les inspirará a entregarse aún más a su profesión o papel de padres.
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Fuente: porquenosemeocurrio