Si tu hijo tiene la costumbre de empezar rabietas por el motivo más inpredecible, por mejor padre que seas, no puedes sentir nada bonito hacia él en esos momentos. Te invade la molestia, y luego el enojo, tanto con tu hijo como contigo mismo. Junto con eso a menudo sientes impotencia, y luego un cansancio extremo y el ánimo por el suelo.
Súmale la incomodidad que sientes por la conducta de tu pequeño cuando tiene rabietas en público, multiplícalo por el tiempo gastado en vano, ya que en esos momentos no solo tu hijo sino tú tampoco puedes hacer nada.
También tu hijo sufre por sus propias rabietas. Además, que las haga regularmente daña su sistema nervioso y pueden convertirse en un mal hábito.
Lo cierto es que ponerle fin a una rabieta no es tan difícil. Y nosotros te enseñaremos cómo hacerlo.
1. Método imparcial
Este método es el más sencillo y el más difícil a la vez. Se trata de aislarse por completo de las rabietas de tu hijo y no reaccionar ante esta conducta.
Lo fácil de este método es que no implica ninguna acción, más bien se trata de quedarse inactivo. No tienes que hacer absolutamente nada. Sigue (o empieza) a hacer lo que tienes que hacer. No le pongas nada de atención a tu hijo y mantente completamente imperturbable.
Pero ahí es donde se oculta su dificultad. ¿Cómo no reaccionar si la molestia te invade y ya tienes palabras de enojo en la boca? Además, quieres terminar esa rabieta no solamente rápido sino en el mismo instante, incluso si para ello tienes ganas de darle una nalgada a tu niño o regalarle la Luna del cielo soleado.
Sea como sea, enfócate en vez de los llantos infantiles en asuntos concretos y sencillos. Puedes limpiar la casa. Si estás afuera, recoge los juguetes del niño. Si estás en casa, retírate de su vista. Espera hasta que el niño enfurecido te busque por su propia voluntad.
Este método tiene un detalle. Debes cuidar no solo tu lengua sino también tus gestos, expresiones faciales y movimientos. Tus acciones no deben mostrar en absoluto lo irritado que estás. Las rabietas no son bienvenidas en tu casa. Es un visita que llegó por equivocación y que no vale tu atención. Y cuando tu pequeño se te acerque, no lo regañes por lo que ya pasó, ya ha llorado mucho.
Termina lo que estabas haciendo junto con tu niño. ¡Y luego descansa!
2. Método de distracción
Este método se pude llamar el más popular. Es muy sencillo. Debes distraer a tu hijo con una pregunta inesperada o con algunas acciones específicas para que toda su atención se enfoque no en la rabieta sino en la interacción con los adultos.
La pregunta puede ser bastante complicada y que requiera al menos un minuto de reflexión o, al contrario, tan sencilla que lo sorprenda con lo obvia que es la respuesta.
- Preguntas difíciles: «¿Para qué está ocupando los columpios ese niño? ¡Es obvio que no quiere columpiarse!» (al menos tendrá que voltear para ver a aquel niño); «¿Está sonando el teléfono?» (tendrá que escuchar con atención).
- Preguntas obvias: «¡Wow! ¿Dónde está tu nariz?»; «¡Vaya! ¿Tienes tus botas puestas?».
Las acciones que quieres que haga tu hijo deben ser extremadamente claras y fáciles de realizar. «Cálmate» no es una acción específica, ¿tú mismo sabrías cómo hacerlo? «Levántate» no es una acción sencilla, ya que tu hijo quiere estar acostado y llorar.
Sugiérele a tu hijo, por ejemplo, lo siguiente: «Se te ensució el pantalón, sacúdete»: «¡Te ves despeinado! Arréglate el cabello». Por supuesto, la pregunta debe hacerse con un tono de voz extremadamente interesado/sorprendido/perplejo, mientras que las órdenes que le vayas a dar deben sonar claras, tranquilas y debes mostrar que no aceptas objeciones.
3. Método fascinante
Este método tal vez sea el más complicado y solo es adecuado para aquellos adultos que están seguros de sus habilidades de actuación.
Al regresar de un paseo, dejas a tu hijo en medio de una rabieta y empiezas a ordenar tu bolsa. «¡Vaya, cuántas cosas! Quién sabe de dónde salieron estos sobres vacíos… Y las tarjetas misteriosas… No las necesito. ¿Qué haré con todo esto? Veamos qué hay en el otro comparimiento». Lo más probable es que el niño que llora «lo compre» y se interese por tus sobres y tarjetas.
Y si, en respuesta a una rabieta, sin molestarte ni un gramo dijeras: «¡Vale, tenemos una rabieta de visita! ¡Hay que tratarla! Y el mejor tratamiento para las rabietas son los pasteles», y te dirigieras a la cocina a preparar un pastel de manzana (claro, siempre y cuando sepas y te guste hacerlo), las rabietas se irían de tu casa al menos por el resto del día.
4. Método estricto
Escricto no significa cruel. «El método escricto» les vendrá bien a aquellos padres que saben contener su enojo.
La primera opción en este caso es la decisión determinada de adulto, categórica e indiscutible que no depende de la conducta del niño. Es decir, si ya es hora de regresar a casa (lo cual le habías advertido a tu hijo con anticipación) y tu hijo se niega a levantarse y empieza una rabieta, no canceles tu decisión, no te pongas nervioso, no grites ni tampoco le des nalgadas. Simplemente tómalo de la mano o, de ser necesario, álzalo en tus brazos y ve a casa.
Existe otra opción. No siempre detendrá las rabietas al instante pero podrá hacerlas menos frecuentes. Se trata de castigar al niño por la conducta inaceptable. Por ejemplo, después de una rabieta durante un paseo por la mañana, no lo llevas a pasear en la tarde. Y si tu hijo definitivamente no quiere recoger sus juguetes e inció una rabieta por eso, recoges sus juguetes pero los decomisas y durante algún tiempo no se los regresas.
Este método es apto para niños mayores de tres años.
5. Método cariñoso
Este método, por supuesto, es el más agradable. Solo hay que abrazar y consolar al niño.
¿Lo quieres, cierto? Recuérdaselo sin palabras. Gritas y lloras, quiere decir que te sientes mal. Y si te sientes mal, das lástima. Sentir tu cariño es importante tanto para un bebé como para un niño más grande.
Este método te ayudará a calmarte, apagará el enojo naciente y no te dejará olvidar que tu niño molesto y en lágrimas es el mejor niño del mundo.
Vera Korekhova
Fuente: genial.guru